RELATOS CORTOS (2)

 

 

ORIHUELA Y LA PASCUA DE MONA

 

 

       La Pascua, en tiempos muy antiguos denominada Pascua de Flores, en épocas más modernas comenzó a llamarse en nuestra tierra Pascua de Resurrección, Florida o de Mona.  Todas las acepciones pueden llegar a ser correctas, la única que suena un poco raro es la de mona.

      Durante siglos, la Pascua cristiana se conmemoraba en viernes, sábado o domingo; pero en el año 325 el emperador cristiano Constantino, convocó el concilio de Nicea y acordaron, entre otros asuntos, que la Pascua se celebrase el primer domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio vernal; así pues, nunca cae antes del 22 de marzo ni después del 25 de abril.

       Pero, volviendo a nuestra realidad, ¿qué es eso de la Pascua de Mona? Parece ser que después de la larga cuaresma donde el ayuno y el sacrificio corporal eran muy importantes, sobre todo en los días de Semana Santa, había que celebrar la Resurrección de Cristo con buena comida al aire libre para reponer fuerzas.

       En la zona mediterránea española, Cataluña, Valencia y Murcia, se hizo popular como dulce típico para la celebración de la Pascua la típica mona.

        La mona arranca de muy antiguo, ya el diccionario de la lengua castellana de la Real Academia da en su edición del año 1783 la siguiente definición: “Valencia y Murcia. La torta o rosca que se cuece en el horno con huevos puestos en ella con cáscara por Pascua de Flores, que en otras partes llaman hornazo”.

        A mí de niño nadie me explicó el motivo de ese exquisito dulce, sólo sé que mi madre, al igual que la inmensa mayoría de madres oriolanas, se afanaba todos los años en elaborar las monas.

     En Orihuela se celebraban tres días, pero ¿cómo lo pasaban los jóvenes oriolanos en décadas pasadas?  Había diversidad de lugares para ello, lo típico esos días era ir en grupos de amigos, cada uno llevaba su merienda, no faltándole a nadie entre sus viandas la tradicional mona con longaniza seca, o como ahora se le llama chistorra. Las jóvenes se divertían saltando a la comba, los chicos con el balón, se gastaban inocentes bromas estrellando el huevo duro en la frente de alguno, se entonaban canciones (…)

     El lugar preferido para celebrar la Pascua era la sierra, por los alrededores del Seminario de San Miguel; también algunos se desplazaban hasta San Isidro, otros al pinar de Hurchillo o Bigastro, algunos preferían llegar hasta el Raiguero de Bonanza y los más atrevidos subían a la Cruz de la Muela.

     Eran tiempos en los que las fiestas se celebraban específicamente; cada una tenía sus tradiciones, sus comidas, su forma de diversión... Ahora, sin duda, vivimos  mejor, pero las fiestas son todas muy parecidas: mucho coche, y mucho restaurante. Las comidas igualmente se han igualado durante todo el año, ¿quién espera a que llegue su santo o cumpleaños para comer las riquísimas tortadas hechas por las monjitas? ¿Que llegue San Antón o un día señalado para tomar un arroz y costra? ¿Quién espera hasta Navidad para comer las ricas mantecadas o almendrados?... Convendrán conmigo que no saben ni huelen igual las monas que venden ahora que las elaboradas antaño por las amorosas manos de nuestras madres.

     Afortunadamente, hoy en día casi nadie se priva durante todo el año de lo que le apetece comer; pero no cabe duda que las fiestas de ahora han perdido la magia que tenían en tiempos pretéritos. También la Pascua de Mona.

Antonio G. Colomina Riquelme

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ATRACO PROVIDENCIAL

 

 

    22 de diciembre, sonó el despertador y Roberto lo miró con un ojo entreabierto, eran ya las siete de la mañana, hora de levantarse, aún quiso aprovechar cinco minutos de cama y se enroscó entre el edredón. Laura le dio con el talón al tiempo que le soltó:

Cariño, vamos a levantarnos que hoy nos espera un día duro de trabajo…

Tomaron un frugal desayuno y se dispusieron a coger el automóvil. La radio del vehículo comenzaba a emitir el sorteo de la lotería de Navidad, con el típico sonsonete de los niños de San Ildefonso.

Llegaron a su tienda de comestibles y, tras aparcar en aquella endiablada calle, subieron la persiana. Todo era normal para el joven matrimonio. Se revistieron ambos con su bata de trabajo y comenzaron la faena diaria: Preparar el mostrador, barrer, cambiar algunas cosas del pequeño escaparate…

Todo transcurría con normalidad, la clientela habitual acudía a la tienda como todos los días; ya eran las siete de la tarde cuando de pronto irrumpió en el comercio un hombre pistola en mano:

¡Manos arriba! —Gritó con voz temblorosa.

-¡Esto es un atraco, vamos, rápido, pon en esta bolsa todo lo que haya dentro de la caja!—dijo, dirigiéndose a Roberto.

En el local se encontraban en ese momento los propietarios y tres clientas que atemorizadas se pegaron a la pared.

La caja contenía una sustancial cantidad de dinero ya que, al día siguiente, tenían que pagar a proveedores.

El atracador, una vez conseguido el botín, salió corriendo calle abajo. Roberto avisó de inmediato a la policía, haciendo acto de presencia un coche patrulla con dos agentes.

Tras presentar Roberto la denuncia, dio las características del autor: Hombre de unos 40 años de edad, alto, pelo negro y largo, barba abundante, jersey marrón muy raído…

Cerraron Laura y Roberto el establecimiento y se marcharon a casa con el consiguiente disgusto. Al día siguiente, 23 de diciembre, regresaron a su tienda como de costumbre, aunque todavía muy nerviosos. Pasaron la jornada sin ningún otro desagradable sobresalto. Igualmente ocurrió al día siguiente.

Roberto y Laura eran todavía un jovencísimo matrimonio, emprendedores, con ganas de luchar para labrarse un porvenir, pero aquél fatídico día del atraco les cayó como un jarro de agua fría en sus ilusiones. No obstante, procuraron celebrar la Navidad como si no hubiese ocurrido nada en su negocio.

Era la hora de comer del 25 de diciembre. Recibieron una llamada de la policía:

-¿Don Roberto? —Preguntó el agente.

-¡Sí, al aparato— respondió Roberto.

-Soy el inspector Rodríguez, convendría que viniesen a Comisaría usted y su esposa esta misma tarde, hemos detenido al atracador de su comercio y necesitamos que lo identifiquen… —Espetó el agente.

Lo haremos sin falta, muchas gracias—manifestó con voz temblorosa Roberto.

Aquella tarde se dirigieron Roberto y Laura hacia Comisaría. Al llegar preguntaron por el inspector Rodríguez y este les recibió en su despacho.

Tras explicarles que el detenido no era un delincuente habitual, sino un hombre desesperado por carecer de trabajo y no poder mantener a su familia, y que el arma que utilizó en el robo era simulada, que además, había entregado el dinero recaudado, Roberto y Laura quisieron hablar con él, a lo que el inspector accedió.

-Pero hombre de Dios, ¿cómo se le ocurrió a usted hacer semejante tontería?—, le soltó Roberto a aquél desconocido.

-Estaba desesperado, hace mucho tiempo que no tengo trabajo y no puedo llevarle a mi familia nada para celebrar la Navidad…, por eso lo hice.

Roberto se compadeció de aquél pobre hombre y quiso ayudarle.

-¿Trabajaría usted para mí? Hace tiempo que mi esposa desea dedicarse a la faena de la casa y yo necesito un hombre que me ayude en la tienda—expuso Roberto.

-¡Claro que sí, encantado!, pero ¿confiaría usted en un hombre que le ha robado en su establecimiento?...

-Usted no es un ladrón, amigo mío, es una persona víctima de los tiempos que atravesamos…

Roberto habló con el inspector, y este, atónito, dirigiéndose a Roberto le inquirió.

-Don Roberto ¿qué le ha hecho a usted tomar esta decisión?...

Inspector, a este hombre lo ha puesto la Providencia en mi camino para que le ayude… Hoy, día de Navidad, comenzará una nueva vida para él.

 

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LA GRAN ILUSIÓN

  (publicado en la revista “El ia io” ejemplar 55, de abril-mayo-junio 2005)

 

     Los gritos de unos niños que jugaban me despertaron, siempre me molestó el bullicio que forman los pequeños, pero en esta ocasión fue providencial, lo agradecí desde lo más hondo de mi ser. Iba a una entrevista de trabajo a Madrid en un tren de cercanías, estaba  dormido profundamente  mientras afuera caía una copiosa nevada,  de no ser por esos críos que jugueteaban por los pasillos  jamás hubiera asistido a la cita laboral.

     Llegué a mi destino, hice la entrevista de trabajo y me marché de nuevo a casa, a los pocos días recibí una notificación para incorporarme a mi nuevo empleo.

    Gracias al sueldo que empezó a entrar en mis ya paupérrimos  bolsillos pudimos llevar a cabo mi novia y yo los proyectos que anhelábamos desde hacía algún tiempo. Compraríamos una casa y dejaríamos esa pensión de mala muerte. ¡Por fin veía una posibilidad –aunque lejana- para que se cumpliera nuestra gran ilusión!

     Así fue, los ingresos económicos que proporcionaba el nuevo empleo eran bastante sustanciosos y, junto con los de mi novia que era peluquera, fueron suficientes para comprar un pequeño piso a las afueras de la ciudad.

     La vida parecía rodarnos muy bien, ya había quedado atrás aquellos años de penurias en la vieja pensión de la calle santa Cecilia. Pero si las cosas marchaban razonablemente bien ¿porqué no intentar mejorarlas? Así lo decidimos, mi novia Mari Paz pidió un crédito bancario y se estableció por su cuenta en nuestro barrio.

     Poco tiempo transcurrió y, como en un sueño, nos vimos cómodamente instalados. Mi compañera con un negocio de peluquería boyante y yo con mi trabajo que ya me habían ascendido a jefe de ventas.

     Decidimos oficializar nuestra situación como pareja y para satisfacción de los padres de Mari Paz, contrajimos matrimonio. ¡Todo era tan bonito.. ¡ Nuestros sueños e ilusiones iban cumpliéndose inexorablemente con el paso de los años.

      Tuvimos  dos niños gemelos preciosos, pelirrojos como su madre, fueron la guinda que colmó el pastel de la felicidad conyugal.

     Un invierno, cerca de  Navidad, contaban ya los gemelos Enrique y Manuel cuatro años de edad, tomamos mi esposa, los niños y yo, un tren para ir a ver a los abuelos a Talavera de la Reina. Los chicos correteaban por los pasillos molestando con su algarabía a todos los viajeros. Me vinieron a la memoria aquellos otros muchachos que, unos años antes, me despertaron en un tren similar y gracias a ello pude llegar a la cita de trabajo que haría cambiar mi vida para bien y ver realizada mi gran ilusión. En definitiva: mi proyecto de superación y vida en común junto a los seres que amaba.

       Di gracias a Dios y me eché una cabezadita sin que nunca más me molestara el bullicio de  los niños.

 

Fdo. Antonio G.  COLOMINA RIQUELME

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