TEMAS RELACIONADOS CON EL SERVICIO MILITAR

 

 

UN HECHO INSÓLITO ACAECIDO EN EL REGIMIENTO

DE TRANSMISIONES DE EL PARDO (MADRID)

 

(Relato basado en hechos reales)

Por

Antoniop G. Colomina Riquelme

 

Regimiento de Transmisiones de El Pardo (Madrid)

 

 

El hecho que le voy a relatar a los amigos de “Historias de El Pardo” podría calificarse de insólito en el Ejército, ocurrió, creo recordar, en el año 1961, y el que esto les escribe fue testigo directo.
Sucedió un día que entró de Sargento de Semana un suboficial que era soltero y, por tanto, tenía su habitación en la residencia de suboficiales, por entonces ubicada en el pabellón que había justo enfrente del comedor de tropa. Al entrar de semana tuvo que trasladarse al cuarto que había en la compañía para los que prestaban ese servicio. El sargento, como he dicho era soltero, por tanto, se podía permitir algunos caprichos, por eso se llevó entre sus enseres personales un receptor de radio portátil último modelo que acababa de comprar —hay que situarse en aquella época en que, un simple transistor era un artículo de lujo—. Como sabrán los veteranos de entonces el cuarto del Sargento de Semana nunca se cerraba con llave, allí había una cama de cuerpo, una silla, un pequeño armario y una mesa escritorio. El sargento puso su flamante aparato de radio encima de la mesa y se despreocupó, él subía y bajaba en sus obligaciones y cuando llegaba a su habitación encendía su receptor para escuchar música…

Una noche, después de la cena, a punto de pasar lista se acercó a su cuarto y la radio había desaparecido. Al formar la compañía para la lista de retreta, mandó firmes y hecho un basilisco dijo a voz en grito: “¡¡El cabrón que haya cogido mi radio que la ponga inmediatamente en su sitio o le va a pesar!!” Nadie respondió; lo volvió a repetir con otras palabras; tampoco obtuvo resultado alguno. Al final formó la compañía en el patio y mandó paso ligero durante media hora, igualmente el efecto fue negativo…

Mandó que subieran de nuevo a la compañía y los formó, después de mucho insistir para que devolviera la radio el que la había sustraído, el sargento tuvo que darse por vencido. Dio parte por escrito de lo ocurrido y tomó cartas en el asunto el capitán, éste ordenó arrestar a toda la compañía sin salir de paseo, ni siquiera los que tenían pase pernocta, hasta que apareciera el transistor.

El personal estaba muy disgustado porque tenían que pagar ellos las consecuencias de lo que había hecho un desaprensivo “chorizo”, se comentaba entre la tropa que cuando fuera descubierto el ladrón lo iban a linchar.

La cosa llegó a conocimiento del coronel que dio la orden de registrar todo minuciosamente hasta dar con el aparato y, mientras tanto, no saldría del regimiento nadie de aquella compañía, confirmando el arresto impuesto por el capitán.

La búsqueda fue exhaustiva, todo el mundo rastreaba por todos los rincones el dichoso receptor de radio, se registraron taquillas una por una, maletas, se palpaban las colchonetas por si lo habían metido dentro de alguna… el resultado siempre era negativo. El sargento, una noche en formación dio un ultimátum: “¡Si sale ahora el que ha robado la radio le prometo que intercederé ante los superiores para que el castigo sea mínimo!”

Tampoco dio resultado alguno.

Habían pasado ya 3 ó 4 días desde que desapareció el aparato de radio, en el regimiento no se hablaba de otra cosa. Los que conocéis el “Zarco del Valle” sabéis que los pabellones albergaban en cada planta dos compañías, una enfrente de otra, en la que ocurrieron esos hechos la que tenía enfrente estaba deshabitada, sólo servía como almacén, alojaba colchonetas apiladas, camas desmontadas y muchos enseres viejos. El local ya había sido inspeccionado minuciosamente; pero una mañana, se me ocurrió entrar yo solo a mirar, entré hasta el cuarto de los cabos primeros, allí no había nada, estaba totalmente vacío, me pongo a observar las paredes y entrando en la habitación a la derecha existía en la parte superior de la pared una especie de hueco que servía como maletero, vi unos restregones de suela de bota sobre la pared que daba a ese sitio. Me di cuenta que allí había intentado alguien subir o bajar. Inmediatamente me salí del cuarto y me puse a buscar algo para poder acceder a ese maletero ya que estaba muy alto, encontré entre los enredos una vieja escalera de madera, sin más, la cogí y me fui hasta el sospechoso lugar, al subir vi el hueco totalmente vacío y limpio, en medio se encontraba muy bien puesto el transistor.

Mi sorpresa y alegría me desbordó, lejos de cogerlo, me fui en busca del sargento para que lo viera él personalmente. Se encontraba en la sala de suboficiales, vino conmigo corriendo y con gran satisfacción cogió el aparato, pero lo agarró con un pañuelo por el asa y tocándolo lo menos posible. Me comentó: “El cabrón que ha hecho esto lo va a pagar caro…

Efectivamente, el sargento, autorizado por la superioridad, formó la compañía y les dio una arenga:
“La radio ha sido encontrada, está llena de huellas dactilares, quiero que sepáis que se le va a tomar las huellas a todos los componentes de esta compañía y junto con el receptor se va a llevar a la Dirección General de Seguridad para que averigüen quién ha sido el autor del robo. Si sale ahora el que lo ha hecho será mejor para él, si espera a que realicemos todo ese proceso y es descubierto por la policía, dudo mucho que llegue a licenciarse. Le aconsejo por su bien que confiese ahora mismo”.

Tampoco dio resultado, nadie salió, se miraban unos a otros esperando que alguien diera el paso adelante, pero eso no ocurrió.

Por la tarde en la oficina de la compañía se habilitaron dos mesas, yo mismo ocupé una, en la otra el cabo de la oficina, el sargento dio orden de que fueran pasando todos de dos en dos, en un papel tamaño octavilla se ponía el nombre del soldado, cabo o cabo 1º, después se le impregnaba el dedo pulgar de la mano derecha en un tampón de color violeta y debajo del nombre se estampaba la huella. (Hay que reconocer que aquello fue una sandez, nunca hubiesen podido identificar al autor del robo por la huella del dedo pulgar sino por la del dedo índice, que es la que figura en el DNI. Además, tampoco estaban bien tomadas, ni la tinta era la adecuada).

El caso es que, como “farol” dio resultado. A la mañana siguiente, viendo que nadie se acobardó ante la medida tomada y confesó su falta, el sargento cogió la radio y en un sobre con todas las huellas se dirigió hacia la puerta principal, iba a la parada del autobús con destino a Madrid. Entonces, justo en la escalinata que daba a la carretera, le abordó un soldado de la compañía, se puso delante de él llorando y le dijo: “Mi sargento, he sido yo el que ha robado la radio, ha sido un mal pensamiento, no lo he dicho antes por miedo…”

No quiero comentar la natural reacción del suboficial, el que tenga un poco de imaginación que se la figure… Tuvieron que meterle inmediatamente en el calabozo para evitar represalias de los compañeros que llevaban una semana arrestados por aquél ladronzuelo.

Debo decir que, aunque recuerdo los apellidos, tanto del sargento, como del soldado que sustrajo el aparato, no he querido darlos para evitar susceptibilidades de ellos (si todavía viven), o de sus familiares. No obstante diré que el sargento era de la Escala Complementaria, y el soldado del reemplazo; era un chico tímido e introvertido, nadie hubiese sospechado nunca de él.

Lo insólito de este hecho no es que alguien haya robado en el ejército, eso desgraciadamente ha ocurrido muchas veces, lo extraordinario es que se le tomaran las huellas dactilares a toda una compañía para averiguar el autor de una sustracción.

A los pocos días le pregunté al sargento si hubiese llevado realmente las huellas a la Dirección General de Seguridad, me lo confirmó, diciéndome que tenía un buen amigo que era comisario de Policía en la Brigada de Investigación Criminal de Madrid, pero que fue más que nada un órdago a sabiendas que el ladrón llegaría a derrotarse.

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CUATRO ORIOLANOS JUNTOS EN EL SERVICIO MILITAR

 

 

Cuatro oriolanos durante el servicio militar de maniobras por los montes de El Pardo (Madrid).

De izquierda a derecha Cayetano Lorente Serna, José Bas García, Vicente Martínez Vicente y Antonio G. Colomina Riquelme

 

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2 DE MAYO, DÍA DEL RESERVISTA VOLUNTARIO

 

          La Orden Ministerial 29/2015, de 23 de abril, del Ministerio de Defensa, dispone que el día 2 de mayo, fiesta de la Independencia Nacional, sea declarado de manera oficial, Día del Reservista. Se señala en la misma la gran importancia de la figura del Reservista Voluntario, al favorecer una mayor implicación de la sociedad y estimular los necesarios lazos de cohesión entre los civiles españoles y sus Fuerzas Armadas.

          Se pretende con ello contribuir a fomentar el espíritu militar y a reforzar las virtudes militares de los Reservistas Voluntarios, desarrollando su legítimo orgullo de pertenecer a las Fuerzas Armadas. Establecer como fiesta dentro del Ejército el Día del Reservista, significa por otro lado destacar y exaltar esta figura, siendo a la vez un factor aglutinador e identitario de la propia Reserva Militar de Voluntarios.

 

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MI SERVICIO MILITAR

Por 

JULIO CALVET BOTELLA.

9 de Marzo de 2021

(Relato basado en hechos reales)

 

Julio Calvet Botella, autor de este relato, durante su servicio militar

como sargento de complemento de las Milicias Universitarias

 

 

Hoy, 9 de marzo de 2021, se cumplen 20 años de la supresión del servicio militar obligatorio. El Consejo de Ministro del día 9 de Marzo de 2001, que presidia Don José María Aznar, aprobó el Decreto por el que se suprimía el servicio militar obligatorio después de haber estado en vigor durante dos siglos.

Esta noticia me ha llegado casi como una sorpresa, mientras veía el telediario de la primera edición. No me acordaba de esta fecha. Luego de dar la noticia, se han pasado  unas entrevistas a unos pocos ciudadanos que el periodista les ha preguntado en la calle su opinión, y la han dicho libremente.

Yo no voy a pronunciarme expresamente sobre ello, pues respeto cualquier posición, pero si voy a contarles mi experiencia militar, y las consecuencias que yo saque en ello.

Años 60 del Siglo XX. Yo estudiaba la Licenciatura de Derecho en la Universidad de Murcia. Seria febrero o marzo de 1966, y yo estudiaba el tercer curso de Derecho  y tenía 20 años cumplidos en enero. Con otros compañeros de curso, me aliste en la Instrucción Premilitar Superior, 2ª Zona, Distrito de Murcia. Les llamaban las Milicias Universitarias. Una vez presentada la solicitud, y puesto que el acceso a la promoción de IPS, no tenía un número ilimitado sino determinado, se hacía una primera selección académica. Se promediaban las notas de tu expediente académico hasta entonces y por su orden de mayor a menor se llegaba  hasta completar el número máximo permitido. Había que tener un expediente como menos de notable. Los rechazados, podían optar entre hacer la Mili ordinaria, o ir a Talarn, (Lérida), a hacer el curso de Cabo Primero.

Yo pase la prueba académica, y luego unas pruebas físicas (plínton, caballo, potro, subida de cuerda, salto de altura, carrera con un límite de tiempo, triple salto…), y luego una prueba escrita donde tenías que escribir sobre espíritu militar, hechos históricos… Y finalmente pasabas un reconocimiento médico. Bueno, y si superabas todo esto, te nombraban Caballero Aspirante a Oficial de Complemento: “Por reunir las condiciones que para su ingreso establece la Orden de convocatoria del Curso 1965-66  (D.O. núm. 283), y haber superado las pruebas de reconocimiento médico y aptitud física….  y “Por este título queda sometida a la disciplina militar… Bueno tengo ante mí el documento, firmado por el Comandante Jefe de Distrito en Murcia a 30 de Mayo de 1966.

El los sucesivos días te vacunaban de todo lo de entonces, y te daban un corte de  tela para el uniforme militar de paseo, y un juego de botones militares dorados. Tenías que ir a un sastre particular que hiciera uniformes para que te lo hiciera a tu medida con aquella tela y botones,  y también a una sombrerería miliar para la gorra de plato… Luego te asignaba tu arma. Te podían da cualquiera menos la de Ingenieros. Como las daban por orden a mí me dieron los rombos de Infantería para coserlos en la punta del cuello del uniforme..  bueno todo esto corría de tu cuenta. También de mañana tenías que ir a las primeras clases de instrucción  militar en el cuartel de Murcia.

Te examinaban en la Carrera en mayo, antes que al resto de compañeros y te disponías a integrarte en el Ejército.

El 1 de junio de 1966, en un convoy miliar de ferrocarril especial que procedía de Valencia, y tras pasar por Albacete, Sevilla, Granada y Córdoba recogiendo a los aspirantes, llegabas a Ronda (Málaga), y desde allí en autobuses al campamento de Montejaque. Allí llegábamos Valencianos, Murcianos, Sevillanos, Granadinos… Nos esperaban tiendas de campaña de 12 habitantes, con una colchoneta de paja y unos “charnaques” sobre los que extenderlas. Si no te acostabas bien tus pies tropezaban con los pies del de a tu lado. Te tapabas con una manta cuartelera, pues por la noche después de un día muy tórrido, hacia mucho frio. Y al día siguiente de llegar te daban la “novia”, un fusil “Mauser”, el clásico fusil de cerrojo y tiro a tiro (yo creo que aquellos habían hecho muchas guerras antes) y que pesaban como un demonio, pues la culata era de madera,  con su peine de 5 proyectiles, uno más cabía en la recamara y una bayoneta. Tenía un retroceso que como no te lo ajustaras bien al pecho te tiraba “de culo”, te daban también  unas trinchas negras de piel muy usada con su cinto,  y un capote para las guardias nocturnas. Siempre me acordare de guardia a las 3 o 4 de la madrugada, en un puesto de la serranía, solo, muerto de frio, y escuchando el cu-cú de alguna avecilla furtiva. Eran duros aquellos veranos, pero tenías 20 años. El día 17 de julio de 1966, presté juramento de fidelidad a la Bandera ante la del Regimiento de Infantería Ceuta nº 54. Terminado el primer curso, el 30 de agosto, volvías a casa y aprobado el primero de los cursos, eras nombrado como a todos los aprobados Sargento eventual de Complemento. El día 1 de junio de 1967, de nuevo a Montejaque, a hacer el segundo que concluyo también el 30 de agosto El 14 de Octubre de 1967, recibo comunicación del Estado Mayor Central, Instrucción Premilitar Superior 2ª Zona comunicándome que por O.C. de 22-9-67 se ha publicado su ascenso a Sargento de Complemento, con el número 1931 de promoción. Y sigue diciendo, “Por necesidades de Movilización y disponerlo el E.M.C. del Ejercito solo ha sido promovido al empleo de Alférez hasta el número 1238.  Nunca lo sabré porque me dieron ese número y no otro mejor, pero la cosa fue así, aunque relativamente, como contare.  

Termino la carrera en junio de 1968, y en la primera convocatoria solicito plaza para hacer los 4 meses de Prácticas. En el concurso había plazas para casi toda España, pero como entre ellas se ofrecían 7 plazas de sargento para Alicante, CIR. 8 Rabasa, yo no había estado nunca en Alicante, y de verdad que tampoco sabía que CIR era Centro de Instrucción de Reclutas, pues pedí una de esas plazas. Me la dieron y me  ordenaron en el nombramiento mi incorporación el día 20 de agosto de 1968. Y allí me presente con  otros 6 compañeros, de Madrid, Albacete y Cataluña, un Médico, dos Químícos, dos Ingenieros Industriales, un Ingeniero de Caminos y yo Abogado.

Al día siguiente y tras alojarnos en la Residencia de Suboficiales, en unas magníficas habitaciones individuales, me presenté al Capitán  la Compañía número Siete a la que fui destinado. Me recibió con mucha amabilidad y me dice: Bueno, mire Usted, en la compañía hay un teniente, un alférez de complemento, y un sargento que es usted, y claro, como en una compañía hay tres secciones y al mando cada una hay un oficial, y solo hay ahora dos, pues usted tiene que ocupar el mando de la tercera sección, pero sin dejar de cumplir su cometido de Sargento porque usted es el único de la Compañía. Bueno, pues así, fui de alguna manera Alférez, y de hecho, en la nómina mensual de la paga, porque ahora ya cobrábamos, me pagaban un complemente de “Tareas de categoría superior”. Por eso cuando se me pregunta, digo que fui Alférez, lo cual no es absolutamente cierto.

Y llego la promoción de Reclutas. Y yo les di a los de mi Compañía, la instrucción, el orden cerrado, las clases de armamento y su utilización, los lleve al Tiro en Fontcalent, les di las clases de táctica militar,… Apenas baje a Alicante, en aquellos cuatro veces pero cuando lo hice los bares y las cafeterías de la Explanada y sus Salas de Fiestas, eran espectaculares; pero quieren que les diga una cosa, no diré la palabra “disfruté”, pero sí que fue para mí una extraordinaria experiencia mi estancia en Rabasa. Allí yo estuve fenomenalmente. Bien instalado, bien alimentado (Yo cobraba como unas 11.000 pesetas, y por todo mi alojamiento y manutención pagaba unas 4.000 pesetas).  Pero es que a los reclutas se les trataba muy bien. Cuando hice el servicio de “Vista y Compra” y baje con el camión y el encargado de cocinas al Mercado Central para comprar toda la comida de una semana para la tropa, era todo de lo mejor. Cuando baje de servicio de vigilancia acompañado de dos cabos gastadores con el casco blanco y visite el hospital militar, estaba los soldados enfermos admirablemente atendidos, cuando hice la guardia de tarde, no sancioné a ninguno y eso que entre en el barrio, digo, el barrio de entonces… bueno y alguna copa de más. Un regaño y vuelta a casa. Y allí, se les dio clase a los analfabetos, que acabaron sabiendo leer y escribir. Allí, los reclutas, que eran Maestros, se esforzaban con todo cariño. Yo les ordené, así, ordené, que sin falta y sin  falsedad, aquellos analfabetos salían de allí con el certificado de estudios primarios.  A la mínima indisposición los mandaba al médico. Aclaro que no sé porque, a este CIR llegaban los reclutas de Granada. Algunos, los pobres, no habían visto el mundo, venían sin un duro, sin apenas ropa, y sin instrucción. Pues bien, aquellos salieron de allí instruidos, más repuestos y contentos. Y termino con una anécdota. Como el Capitán contaba conmigo para todo, y me dio toda la autoridad y respaldo  posible en la compañía, pasó lo siguiente. El día de la jura de bandera, y la conversión de los Reclutas en Soldados, en el acto de la misma se le daba un premio honorífico al mejor de cada una de la compañía. Era un diploma de esos bonitos llenos de escudos de  colores. Bien. Me llamo pocos días antes mi Capitán y me dijo, venga usted que tenemos que hablar. Entramos en su despacho y me dice que había que dar el diploma al mejor de la compañía, y que él tenía previsto dárselo a un chico que indudablemente era el mejor. Alto, atlético, había aprobado recientemente el ingreso en el Cuerpo General de Policía, con lo que sabía de armamento, de derecho, pues creo recordar que estudiaba Derecho o Criminología, en fin… El mejor. Me pregunto mi Capitán si me parecía bien darle el diploma de mérito.  Empecé diciéndole: claro  que sí, mi Capitán, lo que usted ordene, pero me va a permitir un comentario con todo respeto: Vera, este chico que me dice ya lo tiene todo, un porvenir brillante y un horizonte despejado. Seguro que le hará ilusión el obtener la felicitación honorifica militar… pero en la compañía hay un chico que ha venido de Granada. Vive allí en una cueva, su oficio es el de limpiabotas, ha venido aquí casi sin ropa, y con unos zapatos medio rotos, demacrado, asustado… Cuando he pedido un voluntario para lo que fuera… ha sido el primero que ha dado un paso al frente, le ha hecho el servicio a sus compañeros los fines de semana sin pedirles nada, ha aprendido a leer y escribir, y conseguido el certificado de estudios primarios, siempre ha estado contento, me ha dicho que nunca ha comido mejor que aquí, siempre diciéndome, mi Sargento si no hay otro, yo voy a cocinas… Es un chico que de aquí sale como nuevo. Yo no sé si será justo o no, pero ese Diploma le abre al mismo la vida, que tenía tan cerrada. Le haría mucho bien. El Capitán me miró muy atento, al poco esbozo una sonrisa y muy despacio, me dijo… Bueno, Sargento Calvet, le doy el Diploma de Honor al granadino.

La Mañana de la jura de bandera la plaza de armas de Rabasa estaba espectacular. No  cabía una chica guapa más, ni una madre más llorando de emoción viendo a su hijo,  ni un uniforme más planchado y lucido. Yo llevaba mi uniforme de paseo con un cinto de cuero blanco y la espada de plata que me prestó para ese día un Sargento profesional. Y mis cordones de cadete de la IPS de color encarnado por Licenciado en Derecho, y mi Escudo de Cisneros en el pecho. Llevaba mis guantes blancos, y me encontraba en el palco con los Suboficiales. En la Tribuna de autoridades el Capitán General de Valencia, con los mandos agrupados, y autoridades civiles. Con el Capellán Castrense, con su sotana y en el pecho el distintivo de su grado militar, los tambores redoblando y las músicas tocando el “Soldadito Español”, los reclutas, que  contestaron a la lectura de la fórmula: ¡Si, Juro¡, con un grito estentóreo. Luego pasaron de uno en uno descubiertos, y con el fusil en posición, besando la bandera, luego de tres en tres bajo ella. Quedo la formación en posición de descanso. A la voz de ¡Firmes, AR¡ retomaron la formación.

El Coronel del CIR, anuncio los nombramientos de los mejores soldados para otorgarles el Diploma: Compañía número uno… Y al llegar a la Compañía número Siete nombro al recluta de Granada. Hasta ese momento habían permanecido en secreto los premiados. Salió de la formación gallardamente. Al pasar a la altura donde me encontraba no pudo dejar de echarme una mitrada. Llego ante el Capitán General. Se cuadro dando un rotundo taconazo y recogió el diploma sujeto de una con una cinta encarnada de manos del mismo. Finalmente, tras el discurso o palabras del Alto militar termino el acto con el ¡Rompan Filas¡ de las compañías.

Cuando bajé del palco no tardó en llegar a mí el ya soldado de Granada. Se me cuadro, ¡A las orden de usted mi Sargento¡. Le correspondí el saludo y le dije: Descanse. Y me dijo: Mi Sargento, Gracias, yo sé que esto es cosa de Usted.

Y le replique, no, Soldado, esto es cosa tuya. Lo has ganado con honor. Ahora, cuando vuelvas a Granada hazlo valer, no vuelvas a limpiarle a nadie los zapatos. Ahora que sabes leer y escribir y con ese Diploma que es la mejor recomendación, búscate un buen trabajo que lo encontraras. No te conformes, búscate un buen porvenir, y sí alguna vez te acuerdas de este día, no te olvides que les has dado a tu Sargento una gran satisfacción. Me contesto, así lo hare. Y dando media vuelta, marchó con sus compañeros de la compañía número siete del CIR Ocho a celebrar la jornada.

Yo no supe nada de él, pero espero que la vida haya sido buena con el soldado.

En la Orden nº 253, 1968,  Jueves 19 de Diciembre del Centro de Instrucción de Reclutas número 8, Campamento Rabasa, dice “Baja de Suboficiales”. Art. 3º. En el día de mañana causaran baja los Sargentos de Complemento que a continuación se relacionan por haber finalizado las practicas reglamentarias: Sargento de Infantería D. Julio Calvet Botella… El Teniente Coronel, Firmado Furundarena Gil (Rubricado).

En Mayo de 1970, Gane mis primeras oposiciones a Secretario de la Administración de Justicia. Años más tarde gane las oposiciones a la Carrera Judicial.

No me perjudico para nada mi servicio milita en mi vida profesional, sino todo lo contrario.  

Y este fue mi servicio militar. Es una parte muy importante de mi vida. No se me pregunte si soy o no partidario del Servicio Militar Obligatorio. Si era buena o era mala.

 La Constitución Española, de 1978, en la sección Segunda, del Capitulo II, artículo  30,1, dice: “Los españoles, tienen el derecho y el deber de defender a España”.

Yo me siento muy honrado en haber jurado la Bandera de España.

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MI AZAROSO VIAJE A MELILLA

Por

Antonio G. Colomina Riquelme

(Relato basado en hechos reales)

 

Segundo por la derecha, el autor Antonio G. Colomina, junto a tres de los soldados que le acompañaron

en la expedición a Melilla, antes de embarcar en el Puerto de Málaga.

 

 

Corría la primavera del año 1959, el que esto les cuenta tenía 19 años de edad, me encontraba con el empleo de cabo en el Regimiento de Transmisiones del Ejército, con sede en El Pardo (Madrid). Aquél día amaneció precioso, con un Sol fulgurante, la Plaza de Armas del acuartelamiento invitaba a dar un paseo entre su arboleda y macizos de flores. Nada más lejos de la realidad, de momento entró en la Primera Compañía de Radio, a la que yo pertenecía, el Brigada Secretario, éste, mandó al cabo primero de Semana a formar la Compañía. Una vez toda formada de a tres en fondo, el brigada se dirigió a los presentes en voz alta:

— ¡Atención, necesito un cabo y cinco soldados voluntarios para dar escolta a un cargamento de material de guerra que será conducido a la ciudad de Melilla. Los voluntarios que den un paso al frente.

Nadie se movió.

El brigada, algo contrariado continuó:

— Está bien, si no hay voluntarios lo echaremos a suerte, eso sí, el cabo que irá de jefe de la dotación debe de estar familiarizado con el mar, ya que en Málaga hay que embarcar.

Así lo hizo, los cinco soldados designados en suerte no habían conocido nunca el mar; pero el problema surgió cuando tuvieron que elegir al cabo, ya que todos eran de tierra adentro. Entonces el brigada comenzó a preguntarles a los cabos, uno por uno, su lugar de procedencia. Fue sondeando el lugar de origen de cada cabo, y las respuestas no eran las adecuadas. Todos procedían de las provincias de Madrid, Soria, Ávila, Toledo, etc., y ninguno había conocido nunca el mar. Cuando el brigada me preguntó a mí le respondí:

— ¡De Orihuela, mi brigada!

A lo que el suboficial espetó:

— ¡Estupendo, un murciano, tú conoces el mar!…

Yo le respondí queriendo eludir el compromiso:

— ¡Mi brigada, Orihuela es de la provincia de Alicante, pero no es puerto de mar!

Airado el suboficial por caer en semejante error geográfico me soltó:

¡Da igual, no me discutas, tú irás a Melilla como jefe de la expedición!

Al día siguiente me entregaron una carpeta repleta de papeles, en ella una relación interminable del material necesario para instalar en Melilla una veintena de barracones. (Eso era lo que denominaban en el ejército “material de guerra”). Nuestra misión era hacernos cargo de todo el cargamento que figuraba en el listado, y que ya se encontraba empaquetado, cargado en unos doce vagones de un tren mercancías para tal efecto.

Llegamos los cinco soldados y yo a la estación de ferrocarril, dotados de arma larga y munición, nos hicimos cargo del convoy y partimos con dirección a Málaga, distribuí a los soldados intercalados cada uno en un vagón, y yo mismo al final. Los vagones no disponían de puertas, así que, aunque era primavera, corría un viento insoportable que, junto a la carbonilla que despedía la locomotora y el polvo que emanaba de los tablones, nos pusimos todos hechos unos desastrados.

Al llegar a Baza, uno de los vagones salió ardiendo. Tuvo que ser alguna chispa que salió de las ruedas del tren y prendió fuego, el material que transportábamos era altamente inflamable, ya que todo era madera. Como es natural, hubo que desenganchar el vagón del tren y dejarlo en la estación de Baza. Continuamos el viaje y llegamos al Puerto de Málaga al anochecer. Allí pernoctamos a la intemperie a la espera de embarcar.

Naturalmente, el cargamento tuvo que ser embarcado en varios viajes por su volumen, tras esperar que llegara el vagón siniestrado en Baza. En cada embarque debía ir uno de los soldados, y yo, en el último. El problema surgió cuando llegó la hora de subir a bordo al primer soldado, no había manera, eran hombres muy rústicos que no habían salido nunca de sus aldeas y desconfiaban de todo. Ellos decían que embarcara yo el primero, pero eso no era posible porque como jefe de la expedición debía ir con el último cargamento. Al final, pude convencerles y conseguí que aceptaran un sorteo para determinar quién iba en cada travesía.

Una vez todos en el Puerto de Melilla, llegaron unos camiones de la Comandancia de Obras de aquella ciudad y condujeron todo el material a dicho acuartelamiento. Mis soldados y yo también pernoctamos allí.

Cuando le presenté al capitán encargado el listado de todo el material transportado para que firmara la conformidad, me soltó:

— ¡Más despacio cabo, primero hay que hacer el recuento y eso llevará unos días.

Aquí comenzó la gran dificultad, a nosotros nos habían entregado dietas de tropa para ida y regreso, pero no para permanecer en Melilla varios días. Durante las tres jornadas que permanecimos en aquella Plaza, a penas pudimos salir del acuartelamiento, ya que el Gobernador Militar tenía dadas órdenes al Servicio de Vigilancia que arrestaran de inmediato al cualquier soldado que no llevase el uniforme impecable, las botas relucientes, el pelo rapado hasta la coronilla, etc. A este alto mando le llamaban “El Gota”, por su apellido Gotarredona. Era muy temido…

A los tres días de nuestra estancia en Melilla, el capitán encargado me firmó la conformidad del cargamento entregado y pudimos regresar a la península.

El viaje de vuelta a Madrid fue muy duro. Comenzó en el puerto de Melilla, como quiera que el poco dinero que nos proporcionaron de dietas se nos acabó por la larga permanencia inesperada en aquella Plaza, me rebusqué por los bolsillos y hallé siete pesetas. Me dirigí a un puesto de bocadillos que regentaba un moro en el mismo puerto, y pude comprarme uno de sardinas en aceite. Era sábado por la noche. Tras cenar aquél bocadillo embarcamos con destino a Málaga.

El viaje fue espantoso, el mar estaba muy revuelto y los cinco soldados que me acompañaban se pasaron toda la noche vomitando. Yo, por mi parte, también llené el Mar de Alborán de sardinas en aceite. Al llegar por la mañana al puerto de Málaga tuvimos que esperar hasta las 13 horas que salía el tren con dirección a Madrid. Ya era domingo, pasamos toda la tarde y noche subidos en aquel destartalado tren; no tenía nada para comer ni dinero para comprar algo. Mi dignidad y amor propio no me permitieron pedirles nada a los soldados para poder comer algo, aunque ellos también estaban escasos, disponían de algo más que yo. Pasé todo el domingo en ayunas. Llegamos a Madrid-Atocha el lunes sobre las nueve de la mañana. Allí nos recogió un vehículo militar y nos condujo hasta nuestro acuartelamiento en El Pardo. Había pasado 37 horas sin probar bocado y el estómago ya no me pedía alimento; no obstante, al toque de fagina me fui al comedor y tomé el rancho del día: De primero un plato de judías pintas, de segundo un huevo cocido en salsa verde, y de postre una manzana.

Entonces me di cuenta de el porqué nadie quiso salir voluntario para aquella misión. El “material de guerra” quedó en Melilla, y yo casi me quedo en el viaje. Como diría un cura que yo conocí: “Cosas que me pasan”.

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ENTRE CRISTIANOS Y MUSULMANES

(Relato basado en hechos reales)

Por Antonio G. Colomina Riquelme

 

Antonio G. Colomina Riquelme, como cabo 1º operador radiotelegrafista en el Sáhara

 

 

 

Acababa de entrar la primavera, en los jardines del cuartel ya brotaban las primeras flores, a lo lejos se divisaban los picos del Guadarrama con el inmaculado color de una nieve que se resiste a abandonar el invierno. Como todas las mañanas de aquél año 1961 la rutina se repetía una vez más: el rito del relevo de la guardia, el autocar que llega con los oficiales y suboficiales, el cornetín que anuncia la presencia del coronel… todo parecía encontrarse dentro de la más absoluta normalidad. Sin embargo, aquél día un acontecimiento muy importante iba a convulsionar toda la actividad cuartelera.

Sobre las cuatro de la tarde, hora en que la vida militar se relaja y toda la tropa se encuentra en las compañías echados sobre sus literas, escribiendo a la familia o cosiéndose algún botón de la camisa, se escucha el cornetín de órdenes tocando a “generala”. Este toque es poco frecuente en los cuarteles, pero cuando se oye, todo el mundo tiene que salir corriendo hacia el patio de armas con su fusil en la mano, vestido o desnudo, como se encuentre, pero siempre portando la prenda de cabeza y su armamento. Esta formación no exceptúa a nadie, incluidos jefes, oficiales, suboficiales y tropa.

Se encontraba todo el regimiento formado, una gran muchedumbre caqui sobre el patio central de armas. De pronto, por la puerta principal apareció el Coronel-Jefe, acompañado del Teniente Coronel, el Comandante Mayor y el Capitán Ayudante. El coronel, perfectamente uniformado, luciendo sobre las bocamangas de su guerrera tres estrellas de ocho puntas bordadas en oro y una decena de condecoraciones en el lado izquierdo de su pecho, asiendo un bastón bajo su brazo derecho al tiempo que entrecruzaba sus manos para ajustarse los guantes de cuero, se colocó donde todos podíamos verle y comenzó su arenga dentro de un silencio y una expectación impresionante:

— “¡Soldados, la Patria nos llama, se están produciendo en el Sahara Occidental unas incursiones por parte de tropas del país vecino que dificultan las prospecciones petrolíferas y de fosfatos en aquél territorio español, es necesario reforzar nuestra guarnición en El Aaiún con una compañía expedicionaria de nuestro regimiento. Voluntarios para esta misión, un paso al frente!”.

Naturalmente se escuchó en la explanada el estruendo de un millar de pares de botas dando un paso hacia adelante con el consiguiente taconazo.

Pasaron unos días y ya quedó configurada la compañía expedicionaria que abría que partir en misión especial hacia el territorio saharaui. El que esto les escribe fue uno de los seleccionados.

Casi sin darnos cuenta nos vimos en la estación de Atocha subiendo en un convoy militar con dirección a Valencia: Casi doscientos hombres entre oficiales, suboficiales y tropa, vistiendo uniforme reglamentario con correaje y cartucheras, portando subfusil Naranjero con su correspondiente munición, el tabardo y una manta enrollada puesta a modo de bandolera; petate con ropa, cantimploras, marmitas… Una treintena de vehículos Jeep Land Rever pintados del color de la arena del desierto dotados de emisoras de campaña MK II. Llegamos al puerto levantino y allí aguardaba el Ciudad de Toledo, un buen barco preparado para carga y pasaje, unos años antes había servido como ‘buque exposición’ habiendo navegado por infinidad de países. Todos a bordo con el material de campaña relatado anteriormente nos dirigimos hacia Las Palmas de Gran Canaria. Tres días de navegación para entrar en el Puerto de la Luz de la capital insular. Tras comer en un acuartelamiento que se encontraba en lo más alto de la ciudad y cuyo trayecto tuvimos que realizar a pie, regresamos al puerto de nuevo, igualmente caminando y portando el pesado equipaje.

Al anochecer de aquél día nos embarcaron de nuevo, esta vez en un cascarón de barco que capitaneaba un desaliñado individuo. Desde Las Palmas de Gran Canaria hasta la playa de El Aaiún, toda una noche en una mar revuelta que balanceaba aquél barcucho como si de una pluma se tratara, al llegar nos desembarcaron en unas barcazas anfibias útiles para mar y tierra que nos transportaron hasta la playa, ya que no existía puerto alguno. Allí, unas camionetas descubiertas nos condujeron hasta la capital del Sahara, no sin antes llevarnos el susto que sirvió de antídoto para lo que había de venir. Desde las camionetas escuchamos una ráfaga de ametralladora no muy lejos de nuestros vehículos. Agachamos nuestras cabezas atemorizados. Nadie sabía lo que ocurría, nadie daba información, tuvimos la sensación de ser unos corderos que iban al matadero. Un cabo primero todo nervioso extrajo de su bolsillo un rosario y con la cabeza inclinada comenzó a rezar en voz alta, algunos nos sumamos a la oración. Afortunadamente solo fue eso, un susto, al parecer esos tiros provenían del arma de un legionario que pudo haber sufrido alguna confusión estando de centinela.

Ya nos encontrábamos en “la morería” sanos y salvos, aunque maltrechos por tan penoso viaje. El Aaiún, con sus casitas blancas de adobe y su cúpula en forma de medio huevo. La ciudad estaba compuesta por una calle donde se encontraba el casino militar y al fondo la única iglesia. Nos alojaron en unos barracones de madera a la espera de recibir instrucciones para realizar la misión que nos llevó hasta aquellas inhóspitas tierras. Tuvimos dos días de asueto para reponernos, aunque con la comida que nos servían era casi imposible restablecerse: guiso de patatas con carne de camello, o guiso de judías pintas con carne de camello, era el menú más habitual. El camello, o mejor dicho, el dromedario, se encontraba siempre presente en la vida saharaui, ese animal servía para todo: como medio de transporte, para fabricar jaimas con su pelo, y también para comer su carne, aunque para nosotros era intragable.

En lo que a mí respecta enseguida recibí una carpeta de manos de mi capitán conteniendo las instrucciones de mi trabajo. Me puso como ayudante a un cabo especialista en radio y un conductor perteneciente al Cuerpo de Automovilismo del Ejército. El Jeep Land Rover nº 24 con su emisora de campaña MK II, asimismo me hizo entrega de un vale para retirar de intendencia rancho en frío: algunas latas de conservas, arroz, harina, leche condensada y poco más, para un tiempo no superior a 10 días. A la mañana siguiente debía incorporarme con todo mi equipo a una patrulla mixta, compuesta por Tropas Nómadas —nativos adscritos al ejército español— y miembros de la Policía Territorial, todos bajo las órdenes del teniente Vidal del arma de Infantería.

La salida de El Aaiún hacia el interior del desierto fue muy temprano, sobre las siete, a esas horas ya estaba el sol muy alto, el calor anunciaba ya el tórrido día que nos esperaba. Nos dirigimos hacia Smara, ciudad que los nativos consideraban santa, no sin antes realizar algunas paradas para las oraciones de los musulmanes adscritos a la patrulla. Me llamaba la atención la disciplina que ponían y la fe que derrochaban cinco veces al día en sus rezos, estos moros al servicio del ejército español podían estar el tiempo que fuera sin comer o beber, pero a la hora de sus plegarias, siempre de rodillas y encorvados con la cabeza orientada en dirección a La Meca, eso era absolutamente primordial para ellos.

En Smara tuve ocasión de asistir, junto a un compañero que llevaba tres años destinado allí, a una boda de nativos, se celebraba en una jaima y ya habían pactado la dote que debía pagar el novio: 1 camello, 4 cabras, una pieza de tela y una pulsera. Tras el rito correspondiente, nos sentamos todos en el suelo de la jaima, como aperitivo nos pusieron unos dátiles, después un couscus con carne de cabra o cordero —no supe distinguirlo—, luego una ronda de tres vasitos de té con azúcar de pilón y algunos dulces artesanales hechos con harina y miel. Tras dar las gracias felicitamos al novio, y mi amigo y yo nos dirigimos hasta el acuartelamiento, pues se hacía la hora de arriar bandera por parte de una Unidad de La Legión y en ese acto debíamos estar toda la guarnición presentes. Ellos continuaron con su celebración cantando, bailando y tomando té, mucho té.

Partimos toda la patrulla desde Smara con dirección a Guelta Zemmour, el destacamento más oriental, casi fronterizo con Mauritania, hicimos noche en medio del desierto. Sobre las 23 horas, comenzó un fuerte siroco, las dunas de arena se movían de un lado hacia otro como si de un papel se tratara, tuvimos que refugiarnos en el interior de los vehículos herméticamente cerrados mientras la arena nos golpeaba peligrosamente. A las cinco de la madrugada amainó el viento y la mayoría de los vehículos quedaron medio sepultados por la arena. El problema surgió al no poderse abrir las puertas que quedaron bloqueadas; al final, unos saharauis de la patrulla que quedaron fuera de los coches a sabiendas de lo que podía suceder, pudieron rescatarnos con palas a todos los demás.

En Guelta Zemmour recibimos un radiograma del Mando dando la orden de ir a dar escolta y seguridad a los ingenieros que trabajaban en los yacimientos de fosfatos de Bu Craa. Ya no nos quedaba agua y antes tuvimos que buscar un oasis para llenar nuestros recipientes (pieles de cabra curtidas). Llegamos hasta un lugar donde había un pequeño pozo y pudimos extraer algunos cubos de agua turbia, eso sí, muy fresca y agradable de tomar. Rellenamos nuestros guirbis (así le llamaban los moros a aquellos receptáculos) y emprendimos de nuevo la marcha. Durante el trayecto sufrimos un percance, vimos a uno de los nativos que sangraba abundantemente por las dos piernas. Dio el teniente el alto y atendimos de inmediato con nuestro botiquín a aquél hombre. Después nos enteramos que se había autolesionado con una hoja de afeitar ambas piernas produciéndose hondas incisiones que, de no haberse actuado a tiempo se podía haber desangrado en pocos minutos. Según nos dijo él mismo, era un remedio para aliviarse el dolor que sufría en las extremidades inferiores.

Al fin, divisamos en medio de la arena dos vagones plateados que brillaban como si de plata fueran. Eran los habitáculos donde vivían los técnicos norteamericanos de los yacimientos de Bu Craa. Nuestra patrulla tuvo que prestar servicio de seguridad durante unos días. En el interior de aquellos furgones había de todo: refrigeración, duchas, camas, alimentos, bebidas frescas, y una limpieza extraordinaria; pero allí no podíamos pisar. Solo tenían la atención de invitar en su interior al jefe de la patrulla. Cada mes, un avión bimotor aterrizaba sobre campo de tierra cerca del campamento y transportaba a los ingenieros hasta Las Palmas de Gran Canaria con unos días de asueto. Este personal era muy valorado en su trabajo y gozaban de toda clase de privilegios.

Tras unos días de guardia en el exterior de aquellos vagones, regresamos de nuevo a El Aaiún.

Tuvimos unos días de descanso y la oportunidad de tomar una ducha con una regadera y un poco de agua, la justa para enjabonarnos y aclararnos. Enseguida partimos de nuevo de patrulla, esta vez agregados como radiotelegrafistas a tropas de La Legión. Nos dirigimos en dirección a Hausa y Mahbes, este último destacamento español era el más cercano a la frontera con Argelia. Aquí tuvimos un jefe de patrulla aficionado a la caza, no nos faltó carne. Se situaba en algún lugar estratégico con el mosquetón máuser y, en cuanto se ponía una gacela o antílope a tiro, lo abatía sin fallar. No obstante, nos llevamos un gran susto una de aquellas noches que tuvimos que acampar en pleno desierto. Me encontraba pasando por radio, como siempre en código Morse, la rueda de las cuatro de la madrugada, había una gran interferencia (QRM 5), entre ruidos y con mucha dificultad escuché a la emisora central del alto Mando que me llamaba con un mensaje oficial urgentísimo (QTC SDD). Le respondí que estaba preparado para recibirle, (QRV). Me transmitió el mensaje cifrado y le di el acuse de recibo (QSL). De inmediato me fui a despertar al teniente y vino conmigo hasta el Land Rover para descifrar el contenido del texto que venía en código murciélago. (Nomenclatura utilizada para este tipo de cifrado). Venía a decir: “¡Salgan inmediatamente de esa posición Stop corren grave peligro de atentado Stop diríjanse sin pérdida de tiempo hacia el punto ordenado Stop!”

Naturalmente, en menos de cinco minutos nos pusimos todos en marcha con el armamento cargado y en posición de prevengan.

En Mahbes era habitual escuchar, sobre todo en las noches, algunos tiros al aire provenientes de la parte argelina, seguramente para que fueran escuchados por las tropas españolas destacadas, con el único objetivo de intimidar.

Después vendrían otros servicios por el interior del desierto, siempre acompañando a Tropas Nómadas, Tropas de la Policía Territorial y Fuerzas de La Legión. Lo más lastimoso que pude presenciar fue la matanza de un dromedario para consumo de su carne. No se me olvidará nunca los ojos de aquél pobre animal que miraba a sabiendas —creo yo— de que lo iban a sacrificar. Parecía llorar, sin ofrecer ninguna resistencia… El dromedario es un animal pacífico y servicial, no es capaz de hacer ningún daño y es austero en su alimentación. Ese día no pude comer.

El 13 de junio, me encontraba muy lejos de El Aaiún, en el destacamento de Hagunía, sobre las cinco de la tarde, pasando la rueda reglamentaria con mi emisora me anunció la central un radiograma, (QTC 1). Le di paso para recibirlo (QRV). El texto decía: “Muchas felicidades Stop un beso Stop Mari Carmen”. No recordaba que era el día de mi santo. Mi novia me había puesto un telegrama desde Orihuela hasta el Aaiún y desde allí lo retransmitieron los compañeros hasta mi emisora. Mi sorpresa y alegría fue inmensa, creo que fue lo mejor de mi estancia en el desierto.

El 4 de julio me hallaba en el interior del Sahara, en el paraje conocido como Tisbora, de pronto vi aparecer un avión Junquer que aterrizó muy cerca, un compañero salió del aparato en mi busca, me dijo que tenía orden de relevarme y yo debía regresar en el mismo avión hasta El Aaiún porque la compañía expedicionaria a la que yo pertenecía regresaba al acuartelamiento de Madrid urgentemente. Mi alegría fue indescriptible, por fin saldría de aquél infierno de altas temperaturas que siempre rondaban los 55º a la sombra. A toda prisa, pues el piloto apremiaba, redacté un recibo sobre el capó del vehículo en uno de los impresos de los radiogramas, y se lo hice firmar al cabo radiotelegrafista que me relevó. Subí a bordo del aparato y en media hora tomaba tierra en el aeropuerto de la capital saharaui.

A la mañana siguiente, con un sentimiento de tristeza por el fallecimiento de un compañero —no por acción bélica, ni por atentado, sino por un desgraciado accidente del vehículo que conducía, éste derrapó por un terraplén con resultado de muerte—, nos dirigimos en camionetas hasta la playa de El Aaiún; allí, en lanchas, nos llevaron hasta el buque Virgen de África, para subir a bordo tuvimos que realizarlo trepando por unas escaleras de cuerda que nos arrojaron desde el barco. Nos condujeron directamente hasta el puerto de Cádiz donde nos esperaba un tren, exclusivamente para nosotros, que nos trasladaría hasta Madrid.

Mi experiencia entre cristianos y musulmanes fue muy gratificante a nivel personal, aunque penosa por las condiciones en las que tuve que desempeñar mi cometido. De todas maneras, recuerdo con cariño mi estancia allí, y siempre echaré de menos aquellas impresionantes puestas de sol, y las noches en medio del desierto, sentados en el suelo junto a los nativos alrededor de una hoguera, tomando vasos de té con azúcar de pilón en ronda de tres en tres. Pero sobre todo, la solidaridad que había entre nosotros en los momentos difíciles o de peligro.

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Cabo D. José Rafael Manuel Sabaté. Septiembre-1957

 

Mi gran amigo Sabaté, me ha autorizado a publicar en esta web que administro, dos magníficos relatos que han sido

ya publicados en el blog "Historias de El Pardo". Lo hago encantado y le agradezco su amabilidad. 

 

 

CQ (Llamada general)

 

No he acertado a encontrar otro título más llamativo para que sirva de “andanada” de buena voluntad. Lógicamente, los de transmisiones sabrán captar la llamada.
Mi deseo no es otro que lograr que compañeros voluntarios y de la quinta del 56 incorporados en marzo del 57 les llegue de una forma u otra un rejuvenecido grito al recuerdo y afecto después de más de 50 años, con quienes compartimos techo, tienda de campaña y cielos estrellados.
Soy consciente de la dificultad que representa conseguir que personas - la mayoría septuagenarias- les haya picado ahora el gusanillo de la informática, si es que por su actividad profesional o ya con anterioridad no les ha llamado la atención o la afición. De ser así, reconozco que es una lástima. No obstante, pongo mi empeño en conseguir respuestas.
Por esta razón, adjunto dos fotografías del año 1957, como asimismo una lista de los compañeros voluntarios incorporados y otra –más reducida- de los quintos del 56; entre ambas resultó el origen de una Compañía Expedicionaria al A.O.E.
A la vez de que supone un valioso material para engrosar datos sobre el Cuartel, considero que puede que llegue a conocidos o la imagen o el nombre. ” El mundo es un pañuelo”…
Abrigo la confianza de que algo lograremos, al menos por mi parte está todo el interés, toda vez que, afortunadamente mantengo contacto por carta o telefónicamente con unos pocos compañeros esparcidos por la geografía española; será fácil facilitarles los datos del correo electrónico.
Y ya en un plano más pesimista, igualmente admito que el destino haya sido adverso para algunos, es Ley de vida. Por eso, para todos,
desde una posición excelsa de amistad vaya dirigido nuestro mensaje de estimación y recuerdo. Es esta llamada, soñada más que simbólica, que queremos interpretar simultáneamente en clave física, para que también traspase el éter con ondas que trasmitan a los desaparecidos la voz de nuestro amor.
Cabe igualmente la frase del proverbio árabe …”el amor de un hombre por una mujer, es como la luna, que crece y mengua; pero el amor de un hermano por otro hermano es eterno como las estrellas que brillan sobre el desierto”…

 

José R. Manuel Sabaté

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ACTO CASTRENSE EN EL CUARTEL DEL BRUC

 

 

El pasado día 30, festividad de San Fernando, Patrón del Arma de Ingenieros, tuvieron lugar en el “Cuartel del Bruc” varios actos organizados por el Batallón de Transmisiones IV-22.

Como es costumbre en idénticas conmemoraciones, en honor de los Patronos de los diferentes Cuerpos que se encuentran en dicho acuartelamiento, el ambiente respiraba luz y fiesta en unas dependencias adornadas con las mejores galas castrenses. Y, es que, además de celebrar el día de San Fernando se unió el recuerdo del Tercer Centenario de la fundación del Arma de Ingenieros. Una efemérides que realmente brilló por la gran presencia de público, representación de estamentos de la ciudad, Jefes, Oficiales y Suboficiales tanto de Ingenieros como de otros Cuerpos en activo y en la reserva. Cabe destacar también la asistencia de personal civil miembros componentes de diversas Asociaciones de Soldados Veteranos.

Los actos fueron presididos por el Tte. General Excmo.Sr. D. José Manuel Muñoz Muñoz, de la Inspección General del Ejército, que acompañaban otros Jefes y Oficiales, siendo cumplimentados por el Tte. Coronel, Iltre.D. Rafael Matilla Páramo, Jefe del Bon de Transmisiones IV-22.

En la acogedora Capilla del Cuartel, se celebró la Santa Misa, oficiada por el Capellán castrense que, en la homilía glosó el panegírico del Santo, seguido con interés. Al finalizar y como es tradicional en esta ocasión, se procedió a la imposición del distintivo de Damas de San Fernando a seis nuevas cofrades.

Tuvo lugar a continuación en la explanada del amplio patio de Armas el acto eminentemente castrense ante la formación de dos compañías con Banda de Música y Gastadores que rindieron los honores de Ordenanza al Tte. General, quien luego pasó revista y saludó a los reunidos. Se procedió a la entrega de distinciones y medallas a Jefes, Oficiales, Suboficiales y Tropa. ( Durante el transcurso del acto una impertinente lluvia deslució por unos minutos dichos actos, pero los asistentes soportaron dignamente esta inclemencia) . El Tte. Coronel Matilla, se dirigió con un sentido parlamento de glosa y felicitación a los componentes del Arma de Ingenieros como asimismo dedicó un recuerdo a todos los fallecidos en actos de servicio en el transcurso de estos trescientos años. Acto seguido fue entonado “La muerte no es el final”. El momento más emotivo fue la ofrenda de una corona de laurel depositada ante el Monumento a los Caídos, las palabras pronunciadas por el Páter, el sublime Toque de Oración y la descarga de fusilería y luego se cantó el himno de Ingenieros. Con el desfile de los efectivos citados, dio finalizado el acto. A continuación fue servido un Vino Español.

Formando parte de esta celebración, el día 29 tuvo efecto la inauguración de una exposición conmemorativa del Tercer Centenario del Arma de Ingenieros, compuesta por diversa documentación histórica-militar y gran profusión de fotografías, la cual se halla en una de las dependencias de esta guarnición. El día 30 permaneció cerrada pero según la información obtenida, a mediados de junio se abrirá al público complementada con diverso material militar utilizado de transmisiones de diferentes épocas.

El que suscribe, tuvo la inmensa satisfacción de estar presente en la celebración formando parte como miembro de la Asociación Cía Expedicionaria Transmisiones-4, atendiendo a la invitación del Tte. Coronel Jefe del Bon de Transmisiones IV-22. Y estas han sido mis impresiones que he querido plasmar con el mejor ánimo y recuerdo de años transcurridos, pero cada mes de Mayo presentes. Y en mi mente mantengo la mejor formación de amigos y compañeros.

Espero que sea bien aceptada mi “crónica”. Gracias a todos.

José R. Manuel Sabaté

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SÁHARA, EL VALOR DEL RECUERDO

 

Por Sabaté y Acebes

 

Precisamente, este primer semestre de 2016 se cumplen 58 años de un regreso feliz de los componentes de la Compañía Expedicionaria de Radio del Regimiento de Transmisiones de El Pardo. Una estancia dolorosa por sus circunstancias, pero amparada por el honor de un servicio cumplido entre compañeros y superiores, (campaña Ifni-Sahara 1957-1958).

Muchos son los años transcurridos y muchos recuerdos todavía permanecen. Somos los que con 80 años ya cumplidos y algunos a punto de cumplir, todavía mantenemos una ilusión de una memoria histórica, sobre todo íntima, gracias a una amistad que, a pesar de ser sembrada en arenales y zonas rocosas y desérticas, ha fructificado en nuestros corazones. Ello nos obliga a considerar lo grande, pero lamentamos la escasa relación entre los que fuimos compañeros y no haber tenido más encuentros por la dificultad de la localización, pese a la infinidad de esfuerzos al amparo de este Blog, en el cual, a través de aportaciones literarias, han estado todos presentes y siempre lo estarán. Asimismo, y aceptando la Ley de vida ¿cuántos de aquellos jóvenes habrán  medrado jubilosos? ¿Y cuántos han llegado al descanso eterno? Para ellos y sus familias, nuestro sincero sentimiento.

Y a esos símbolos de amistad y recuerdo, se añaden con frecuencia otros elementos físicos –más que materiales- que se aúnan en el alma. No es el llanto, sino clamar como mínimo un abrazo de reconocimiento para aquellos que participamos en aquella contienda. Casi diría “el último grito” ante los estamentos del país, que, poco a poco, ha ido borrando y arrancando hojas entrañables – por humanas-  de la historia del siglo XX. Y han sido muchos los gobernantes desde el año 1958 que se han hecho  los “sordos” incluyendo la etapa de la Transición y, hasta la hora presente, la Democracia. Claro que también se han alineado, tanto los historiadores como todos los medios de difusión, eso sí, para destacar la circense visita a Ifni de unos artistas, con imágenes éstas que han repetido hasta la saciedad.

Paradójica y lamentablemente, no hemos sido los únicos olvidados de aquella vergonzante guerra. También lo han sido nuestros oponentes. Los saharauis, que lucharon, en su mayoría, engañados con la esperanza de lograr la independencia de su tierra, para luego verse perseguidos y sufrir la humillación de verla invadida por otra potencia colonial, que los expulsó a un rincón desolado de su territorio donde sobreviven precariamente de la caridad internacional desde que España les abandonó a su suerte el 27 de febrero de 1976 hace ahora cuarenta años.

Estos días, una serie televisiva, nos ha recordado la permanente incapacidad de los gobiernos españoles para cubrir las necesidades de los soldados que enviaron a tierras lejanas para dizque proteger los intereses patrios. En los postreros días de la guerra de las Filipinas, en Baler, un enfermero comenta: “He visto enterrar a más muertos por el hambre y el beri-beri que por armas del enemigo”. Y así viene ocurriendo desde los Tercios de Flandes con las imágenes repetidas de los soldados desarrapados, abandonados a su suerte; la guerra de Cuba, las del protectorado en África. Y así nos sentimos nosotros, en pleno siglo XXI. Abandonados y olvidados, entonces y ahora.

Son todavía hoy muchas asociaciones de estos veteranos que esperan el reconocimiento debido, que mantienen y presentan mucha documentación sin respuesta, aunque sus listas han visto disminuidas las fichas de afiliados debido al transcurso de los años. Aún así sigue la esperanza, al menos de obtener un reconocimiento fraternal acompañado por algún texto de algún erudito escritor de la Real Academia de la Historia. Eso sí, de buena voluntad.

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MANDOS DE COMPLEMENTO

Por Antonio G. Colomina Riquelme

(Publicado en el blog "Historias de El Pardo")

 

21/12/2008

A los amigos de “Historias de El Pardo” les voy a relatar, lo mejor que recuerde y sepa, cómo eran los oficiales y suboficiales de la Escala Complementaria que yo conocí en mi época.

Al principio de los años 60 había en el Regimiento de Transmisiones del Ejército —así se denominaba entonces—un pequeño colectivo de mandos intermedios que pertenecían a la Escala Complementaria; unos procedentes de las Milicias Universitarias (IPS), se les distinguía por los cordones de colores que llevaban sobre el pecho: morados, rojos, amarillos, lila… según la carrera que estaban estudiando. Y otros procedían de los cursos regimentales, estos últimos se promocionaban desde cabo, pasaban a hacer el curso de cabo 1º de complemento e inmediatamente el de sargento. En un tiempo record ascendían de un empleo a otro, después realizaban el curso de oficial en el Campamento de la Granja de San Ildefonso junto a los de las Milicias Universitarias. Salían con la graduación de alférez, tan sólo se distinguían de los universitarios en que los regimentales llevaban los cordones totalmente blancos, y tampoco lucían sobre el pecho una placa que ponía “IPS”, por lo demás eran exactamente iguales.

En general, los mandos que procedían de las Milicias Universitarias siempre eran algo más afables en su trato que los profesionales, al tener estudios superiores se comportaban de forma más moderada, y también, porque al fin y al cabo iban a realizar su servicio militar y no querían complicarse mucho la vida, no obstante, también los había “rarillos”, por eso voy a nombrar algunos que se destacaban por sus excentricidades, leyendas que pesaban sobre ellos, o incluso, sus carismas.

En primer lugar citaré a un alférez (IPS) que, incomprensiblemente, se reenganchó; se llamaba José Luis Merino Boves. Este hombre tendría entonces unos 33 años, era casado y creo recordar tenía familia numerosa. Era una buena persona, yo hice algo de amistad con él y recuerdo que en una ocasión estuve en su casa, vivía en la calle Doctor Esquerdo. Ascendió a teniente estando yo aún en el Regimiento. El teniente Merino era director cinematográfico y en cierta ocasión me dijo que él permanecía en el ejército reenganchado porque iba a realizar una película de argumento militar y necesitaba documentarse bien, hasta me mostró un álbum de fotos en blanco y negro de los protagonistas, siento no recordar los nombres. Fue cierto, en el año 1964 dirigió una película cuyo argumento trataba sobre los alféreces provisionales. Después de licenciado fui siguiendo su trayectoria en el cine y fueron varios los premios que ganó a nivel nacional. Trabajó como director, guionista y productor. Al ponerse de moda los “spaghettis westerns”, realizó muchas de éste género y tiene en su haber contabilizado muchos éxitos en películas de mucho más calado temático.

Había otro teniente de complemento—ignoro si era universitario o regimental porque nunca se ponía los cordones, pero decían que era regimental—, se llamaba de apellido Doménech, hablaba poco y muy bajito, siempre iba fumando, tras un pitillo otro, le recuerdo por la forma que tenía de dirigirse a los soldados. Pegaba su cara a la del subordinado de turno, nunca gritaba, en voz muy baja que apenas le podían escuchar, mientras sermoneaba susurrando, daba profundas chupadas o ‘caladas’ al cigarrillo y todas las bocanadas de humo se las echaba en los ojos al pobre soldadito que le tenía que soportar sus extravagancias. De todas formas nunca se escuchó que arrestara a nadie.

El alférez Toribio—éste era regimental—, un buen chico, serio y puesto en su sitio, pero amable con todo el mundo, era apreciado por superiores e inferiores. Casi siempre llevaba botas altas de montar, pero tan arrugadas y echadas hacia abajo que apenas le cubrían la pantorrilla. Hombre muy joven e innovador, vestía el uniforme con cierto aire modernista; para mí no tenía vocación militar, hacía bien su trabajo y nada más. Se contaba de él que su padre, sargento de la Guardia Civil, estaba orgullosísimo de su hijo y cuando éste iba de permiso le esperaba en la puerta de la Casa-Cuartel, al verle llegar gustaba de cuadrarse delante de su hijo. Toribio, a sabiendas de que lo suyo era efímero, con buena cabeza se preparó y consiguió un buen empleo en la vida civil.

Los hermanos Leira son capítulo aparte; sobre ellos existía una leyenda de esas que se fraguan en los cuarteles y al final se dan por reales sin que nadie sepa a ciencia cierta la verdad.

Los dos eran sargentos de complemento y de la rama universitaria; bien metiditos en la treintena estaban reenganchados desde hacía tiempo. Se contaba que los dos habían sido alféreces, pero que estando en un bar alguien habló mal de Franco, o del Régimen—que era lo mismo—y ellos la emprendieron a golpes contra aquellas personas entablándose una pelea brutal, cuando llegó la Policía Militar—entonces se llamaba La Vigilancia—, les arrestaron y después de un juicio militar fueron degradados los dos a sargento. Se llamaban Carlos y Eduardo Leira Fernández-Cid, eran de profesión peritos topógrafos. Llegué a tener cierta amistad con Eduardo y puedo decir que era un buen sargento; eso sí, “vacilón” como él solo. Gustaba llevar las botas altas de montar tanto en verano como en invierno, fumaba varias cajetillas al día y bebía bastante alcohol, pero controlaba bien su capacidad, nunca le vi embriagado. Cuando mandaba la instrucción o estaba de ‘semana’, Eduardo le gritaba a los reclutas: “¡¡Cenutrios, parecéis unos cabritos con pintas amarillas!!” La tropa, lejos de tomárselo a mal, se reía de las ocurrencias del sargento.

Los hermanos Leira, aunque querían aparentar un aspecto feroz—sobre todo Eduardo—, eran buena gente e incapaces de hacerle daño a nadie, disfrutaban con esas expresiones y sus “vacileos”; se les veía muy cultos y alternaban mucho con jefes y oficiales, cosa insólita en aquellos tiempos siendo un simple suboficial.

Existe una anécdota relacionada también con un oficial de complemento. Había un sargento apellidado Quetglas, creo era mallorquín, bastante mayor; alto, enjuto, vestía el uniforme impecablemente, como miembro que había sido de la División Azul lucía en su manga el distintivo correspondiente y en su pecho llevaba varios pasadores de condecoraciones, siempre vestía con botas altas de montar muy brillantes, pero no dejaba de ser un sargento. Nunca le vi hacer servicios, llegaba por la mañana en el autobús oficial, se plantaba en medio del patio a tomar el sol y sólo estaba pendiente del que le saludaba o no le saludaba para echarle la bronca. Parece ser que el hecho de haber sido divisionario le daba ‘patente de corso’.

Un día, bajaba este suboficial por las escaleras de las oficinas que daban al Cuerpo de Guardia, un cabo que se apellidaba Vargas-Machuca subía las mismas escaleras a toda prisa porque se cerraba el plazo de admisión de solicitudes para realizar los cursos de complemento, él iba con su instancia en la mano subiendo los escalones de dos en dos, con tan mala fortuna que tropezó con el sargento Quetglas, éste, le propinó un bofetón que tiró al chico escaleras abajo; al final, con la cara hecha una pena, pudo llegar y entregar su solicitud. A los pocos meses Vargas-Machuca salió de la Granja como alférez y quedó destinado en el Regimiento. Una mañana, con su estrella recién estrenada y puesta sobre su hombrera de la guerrera que todavía llevaba de cuando era cabo—no le había dado tiempo a confeccionarse el uniforme de oficial—, vio al sargento Quetglas como de costumbre en medio del patio, entonces el flamante alférez pasó por delante de él y el sargento se cuadró, el alférez volvió a pasar y el sargento de nuevo se cuadró, así hasta diez o doce veces… Vargas-Machuca que había sido cabo conmigo y teníamos amistad me comentó: “A éste, le quito yo las ganas de estar de plantón en medio del patio para que le saluden porque va a tener él que saludar mucho más”. Así fue, el sargento se percató de que el flamante alférez al que él abofeteó unos meses antes le iba buscando el “fallo” para empaquetarlo y desapareció del patio, cada vez que se cruzaba con el alférez le hacía un saludo de “general”.

Después vendrían otros mandos de complemento: El alférez regimental Villasante, continuó de teniente muchos años y creo que al final lo hicieron profesional por una nueva ley que se promulgó para hacer fijos a los de la Escala Complementaria. El sargento Casillas y un largo etcétera.

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GUARDIAS DEL REGIMIENTO DEL ANTIGUO JEFE DEL ESTADO

(Publicado en el blog "Historias de El Pardo")

por

Antonio G. Colomina Riquelme

 

 

   He leído en algunos comentarios de este blog la situación profesional y administrativa de los miembros del Regimiento de la Guardia de Franco. Por si sirve de aclaración para algún lector que pueda interesarle le explico cómo era en la época que yo estuve en El Pardo. Más o menos estaba enterado porque tenía algunos amigos dentro de aquél regimiento.

Los aspirantes al ingreso tenían que pasar unas pruebas parecidas a las de ingreso para la Guardia Civil o la Policía Armada. Eran muy estrictos en los antecedentes penales y políticos. Una vez aprobado realizaban un cursillo de formación en el cual se dedicaban varias horas al día a la instrucción en orden cerrado y a la gimnasia. Si superaban el cursillo (generalmente todos lo aprobaban), pasaban a ser nombrados Guardia del Regimiento de su Excelencia el Jefe del Estado. Su misión era realizar servicio exterior del Palacio de El Pardo, (garita, plantón, centinela, etc.); la frecuencia y el horario era lo que antes se denominaba 24X24. Es decir, 24 horas de servicio por 24 libres. El relevo se realizaba en las primeras horas de la mañana y era parecido al que se hacía en cualquier otro cuartel del ejército.

Tenían derecho a un mes de permiso al año, si en Navidad lo permitía el servicio podían disfrutar de algunos días, pero eso era graciable.

A los 12 años de servicio activo, si la hoja de servicios del guardia estaba limpia —sin arrestos disciplinarios— y el comportamiento, a juicio de sus superiores era bueno, le concedían la “Consideración de Suboficial” (lucían un galón de sargento en forma de V invertida en la manga derecha de la guerrera o capote). Esto no era un ascenso, seguían siendo guardias rasos, tenían que saludar obligatoriamente desde suboficial para arriba a todos los miembros de las Fuerzas Armadas. Algunas veces surgían controversias porque estos profesionales, generalmente ya mayores y muy curtidos en servicios, eran reacios a saludar por obligación a los sargentos jóvenes especialistas que, algunos no llegaban a los 21 años. De todas maneras, siempre se solucionaba el pequeño conflicto con una llamada de atención del superior al inferior, y éste, argumentado que “no se había dado cuenta”.

El guardia del Regimiento de S.E. el Jefe del Estado que disfrutaba de la “Consideración de Suboficial”, tan solo le servía dicha consideración para viajar en tren en 2ª clase —al igual que los suboficiales de las FF.AA.—, y si era hospitalizado en un hospital militar, para estar en la sala de los suboficiales. En todo lo demás eran como un soldado profesional. No tenían derecho a saludo por parte de nadie.

Naturalmente, también existía la oportunidad de poder ascender a cabo, cabo 1º, sargento, etcétera. Pero las plazas eran siempre muy limitadas.

La paga que percibían en los años 60 del siglo pasado, un miembro de la guardia recién ingresado, andaba alrededor de las 2.700 pesetas mensuales, los veteranos con familia a su cargo y varios trienios podían sumar unas 1.200 pesetas más (aproximadamente).

Dentro del regimiento, había una Compañía que prestaba servicio en el interior del palacio, estos se distinguían de los otros en que, en lugar de gorra de plato usaban una boina con borla, se les denominaba “Guardia de Interior” o “Guardia Personal”. Para entendernos, digamos que eran los de confianza, ya que prestaban el servicio en los pasillos y estancias por donde andaban el Jefe del Estado y su familia.

Luego pasaba como en cualquier otro regimiento del ejército, existían oficinistas, radiotelegrafistas y otros destinos.

 

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Monumento al soldado de reemplazo de los tres ejércitos, situado en la plaza del Mar de Alicante
 

 

SOLDADOS DE REEMPLAZO

 

La Comunidad Valenciana y, por ende, la ciudad de Alicante, es una región de España acogedora donde nadie se siente extraño; es una tierra privilegiada con un clima benigno. Aunque tenga su ‘idioma’ o dialecto, (como quieran llamarle) propio, y su marcadamente idiosincrasia, todo el mundo se siente, primero español y, por supuesto, valenciano. En sus actos institucionales o festeros: Fallas, Hogueras de San Juan, etcétera., siempre suenan los himnos de la región y nacional, ondeando siempre ambas banderas que se aplauden con entusiasmo.

En mi ya larga vida, jamás he escuchado a ningún coterráneo mío decir que le gustaría separarse de España, lo cual me enorgullece. Creo que se puede amar a la patria chica con todas tus fuerzas y, al mismo tiempo, sentirse un español de pies a cabeza. ¿Acaso no es compatible una cosa con la otra?...

Prueba fehaciente de lo que digo es la foto que adjunto. En la emblemática Plaza del Mar de Alicante, se erige, para orgullo de todos los alicantinos, este monumento dedicado al soldado de reemplazo de los tres ejércitos: Tierra, Mar y Aire.

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1 DE ENERO DE 1961

EN RECUERDO DE TRES HOMBRES BUENOS

 

Arco del Triunfo en Madrid

 

 

Año Nuevo de 1961, me encontraba en mi Regimiento bastante solo, muchos compañeros se hallaban disfrutando el segundo turno de permiso navideño; sobre las 4 de la tarde decidí tomar el autobús con destino a Madrid en la misma parada que tenía en la puerta del acuartelamiento. Llego a Argüelles y emprendo mi caminata de costumbre: Princesa abajo desemboco en la Plaza de España, tomo la Gran Vía y llego a Callao. Hacía frío, entré en Billares Callao, un emblemático salón donde la gente jugaba al billar y ponía discos echando un duro en aquellas máquinas tragaperras que hacían girar los microsurcos. Tras tomarme un café bien caliente y escuchar Diana, de Paul Anka —por entonces mi cantante preferido—, permanecí allí un buen rato, una vez entrado en calor salí de nuevo a la calle y reanudé mi recorrido, pasé por la puerta de una sala de fiestas, creo recordar se llamaba Lus-May; eran ya casi las 7 de la tarde, una hora un poco avanzada para tener que regresar a El Pardo en el último autobús que salía sobre las 10,30 de la noche. Pero era día de Año Nuevo y yo estaba dispuesto a divertirme un rato, así que entré en Lus-May. Para los que no conocieron aquella magnífica sala les diré que era impresionante, muy grande, varias pistas de baile, orquesta sobre un gran escenario, chicas y chicos llenando multitud de mesas… No había visto nada igual. Lo típico, saqué a una chica a bailar y estuve con ella hasta que miré el reloj y me di cuenta que debía darme prisa si quería tomar el último autobús. Tomé el Metro y me metí en Argüelles, con tan mala fortuna que perdí el autobús por 15 minutos.

Mi desolación fue total, me vi en Madrid solo, helado de frío, casi las 11 de la noche, ya no me quedaba en el bolsillo dinero ni para un bocadillo, sólo tenía lo justo para el autobús. Pensé que si me dirigía caminando hasta la carretera de El Pardo alguien podría recogerme y trasladarme hasta la puerta del cuartel. Me puse en marcha y al pasar por el Arco del Triunfo ya me encontraba extenuado, había caminado mucho durante la tarde y estuve más de dos horas bailando, ya no podía más. Por otra parte, en aquella época no había casi tráfico alguno con dirección a El Pardo, y menos a esas horas, así que raramente podría hacer auto-stop.

Tenía necesidad de sentarme en alguna parte y resguardarme del intenso frío, vi una puerta en el Arco del Triunfo entreabierta, salía un haz de luz, me acerqué y, tímidamente empujé, allí había tres hombres sentados en sillas bajas con una fogata en medio, se calentaban y asaban trozos de panceta que ponían sobre unas rebanadas que cortaban de una hogaza grande. Me miraron y uno de ellos me dijo: “¡Pasa hombre!, ¿qué haces a estas horas por aquí?” Les expliqué que era militar y todo lo que me había ocurrido. Uno de ellos me dijo: “No te preocupes chaval, nosotros somos guardas de este arco y de una obra que hay aquí cerca, cena con nosotros y descansa a la lumbre, mañana a primera hora podrás coger tu autobús”.

Así lo hice, tras tomarme una rebanada de pan con panceta y un trago de vino de una bota, me quedé dormido junto a la hoguera, a las 7 de la mañana, tras darles las gracias por su providencial ayuda, me marché en busca del autobús. Llegué al Regimiento y, aprovechando que no tenía servicio, me metí en la cama.

Cada vez que veo en fotos o en televisión el Arco del Triunfo, siempre le comento a quien esté a mi lado: “Ahí pasé una noche de Año Nuevo sentado al lado de tres hombres buenos que fueron providenciales para mí”.

Feliz Año 2010 a todos los lectores de Historias de El Pardo con mis mejores deseos.

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NOTA DEL BLOG "HISTORIAS DE EL PARDO"

 

El equipo de “Historias de El Pardo” se enorgullece de poder iniciar el año nuevo con este trabajo de Antonio Colomina al que siempre estaremos eternamente agradecidos, al ser uno de los más importantes engranajes de este Blog. Antonio Colomina, escritor, acaba de publicar su primera novela “Como la seda y el esparto” una obra que lleva por subtítulo 'Memorias de un zagal de la posguerra', que ha sido editada por ECU (Editorial Club Universitario). Un volumen de 207 páginas, prologado por el también oriolano y escritor Julio Calvet Botella. Anteriormente ha publicado los libros 'Orihuela, dulce pueblo' y el segundo, 'Orihuela, sus calles, sus plazas, sus gentes'. El compañero y amigo Antonio Colomina es un lujo para “Historias de El Pardo”.

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Pañuelo del que se hace referencia en el presente artículo

 

 

UNA AGRADABLE SORPRESA

Por Antonio G. Colomina Riquelme

 

(Publicado en el blog "Historias de El Pardo")

 

 

Hace nada más que 53 años, Mari Carmen, la que hoy sigue siendo afortunadamente mi esposa, tan sólo contaba 15 años de edad, acabábamos de conocernos, ella se encontraba en mi pueblo, yo en el Regimiento de Transmisiones del Ejército de El Pardo. Llegó su cumpleaños y, este pobre soldadito que tan solo acumulaba en sus bolsillos algo de pelusa, decidió quedar bien con su flamante novia. Como yo solía visitar casi a diario al Cristo Yacente de El Pardo, aprovechando que los frailes franciscanos que custodian la venerada imagen vendían algunos recuerdos: medallitas, pañuelos, postales, etc. Hice un sacrificio en mi paupérrimo bolsillo y me decidí por algo que pudiese enviar por correo postal. Adquirí un bonito pañuelo y se lo remití a mi novia con mi felicitación.

El obsequio le gustó mucho, según me comunicó, pero tras más de medio siglo de aquello, ya lo tenía más que olvidado. Hace unos días, realizando limpieza por los lugares más recónditos de la casa, vi el pañuelo que mi esposa tenía celosamente guardado en una cajita con otras cosas de mucho valor sentimental para ella. Seguía con las dobleces originales y, al desplegarlo para verlo mejor, se quedaron los pliegues tan marcados que ha sido imposible eliminarlos.

Mi alegría ha sido indescriptible, aquél pañuelo que fue el primer regalo que yo le hice a mi esposa ya lo tenía olvidado. Aquí os mando la foto para que disfrutéis como yo de su contemplación.

 

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El soldado Enrique Castellón Vargas "El Príncipe Gitano"

 

 

ENRIQUE CASTELLÓN VARGAS “EL PRÍNCIPE GITANO”

Por Antonio G. Colomina Riquelme

(Publicado en el blog "Historias de El Pardo")

 

Aún conservo el suplemento de ABC “XL SEMANAL”, número 1.131 de fecha 28 de junio al 4 de julio de 2009, en él se publica un magnífico artículo titulado “El Príncipe Gitano” cuyo autor es el genial Arturo Pérez Reverte.

El ilustre periodista, hace una semblanza de la trayectoria artística de Enrique Castellón Vargas, “El Príncipe Gitano”. Entra en todo lujo de detalles y demuestra su profundo conocimiento del artista, del cual, según declara, era un gran admirador.

El Príncipe Gitano”, para los lectores de esta revista que no le recuerden o no sean de su época les aclaro: era un artista de los pies a la cabeza, nació en 1928 en Ruzafa (Valencia), quiso ser torero, pero Dios no le llamó por ese camino. Tenía una planta impresionante: Alto, tez blanca, ojos azules, cabello negro rizado… Al no poder destacar en el mundo de la tauromaquia se dedicó a la canción. Fue un cantante flamenco con un estilo muy peculiar, su porte y elegancia que acompañaba a una fuerza en el escenario inusual le hizo estar en la cima de la fama. Interpretó varias películas y sus canciones eran escuchadas en la radio de los años 50 y 60 asiduamente, destacando dos temas que fueron grandes éxitos: “Tani” y “Cortijo de los Mimbrales”.

Pero el Sr. Pérez Reverte, omite —no intencionadamente, sino quizá por desconocimiento— un detalle que es curioso dentro de la biografía del artista y que para mí es de suma importancia.

Siendo la primavera de 1959, el que les escribe juraba bandera en el acuartelamiento “Zarco del Valle”, por aquel entonces este acto se celebraba en el patio de armas del regimiento. Juraban bandera juntos los miembros del Regimiento de Transmisiones y los del Batallón de Transmisiones —esta Unidad se ubicaba a las espaldas del regimiento—, cuál fue mi sorpresa cuando vi en la cabeza de la formación —por su estatura le correspondía— al “Príncipe Gitano”.

Por entonces este artista tenía ya 31 años de edad, era muy mayor para ser un recluta, pero los que hemos realizado el servicio militar sabemos que en aquella época los artistas y deportistas de élite no hacían la mili como los demás; les concedían prórrogas y permisos especiales y, a lo sumo, sólo realizaban algunos días del período de instrucción. Eso sí, tenían que jurar bandera obligatoriamente.

Enrique Castellón Vargas, “El Príncipe Gitano” juró bandera en aquel acto, iba impresionante con el uniforme arreglado a su medida, mientras que los demás llevábamos el pelo rapado desde la nuca hasta la coronilla, él conservaba su largo cabello rizado, desfilaba como si no hubiera hecho otra cosa en su vida. Estoy seguro que este hombre era impecable en todo lo que hacía.

Ustedes se preguntarán el porqué no le cortaron el pelo como a los demás. Según se comentaba entre la tropa, “El Príncipe Gitano” llegó a un acuerdo con sus superiores, si le dejaban el pelo largo —algo necesario para sus actuaciones—, él regalaba para el día del Patrón una vaquilla que torearía en una pequeña plaza portátil dentro del Batallón de Transmisiones. Así lo hizo, el día de San Fernando de 1959, hizo el paseíllo Enrique Castellón Vargas “El Príncipe Gitano” para la tropa del regimiento y del batallón, vestido de corto y con sombrero cordobés. No realizó ninguna faena digna de mención, pero la tropa lo pasó bien, aunque creo que hubiese quedado mucho mejor sobre un escenario actuando como él sabía hacerlo. Enrique Castellón Vargas, “El Príncipe Gitano”, uno de los artistas más importantes de la época, fue torero por aquella tarde para sus compañeros de mili.

Creo que con esta anécdota, la crónica que hace el gran escritor Pérez Reverte de “El Príncipe Gitano” queda mucho más completa.

 

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ANTONIO G. COLOMINA RIQUELME

NOMBRADO RESERVISTA HONORIFICO

 

 


Hoy me gustaría compartir con todos vosotros una satisfacción personal. Me acaban de conceder el título o “consideración” de Reservista Voluntario Honorífico.Cuando yo ingresé como voluntario a los 18 años de edad en el Regimiento de Transmisiones del Ejército—tal era el nombre que tenía por entonces—, toda mi ilusión radicaba en seguir la carrera de las armas y, dentro de ella, alcanzar la graduación de sargento. No brigada, ni alférez, ni capitán… Sargento, ese era mi empleo favorito. Tan sólo pude llegar a cabo 1º. Circunstancias familiares y personales hicieron que, tras una profunda reflexión, decidiera rescindir mi compromiso con el Ejército después de casi 40 meses de servicio, me reintegré de nuevo a la vida civil a sabiendas de que renunciaba con ello a alcanzar esos galones de sargento que tanto anhelaba. Creía que este paso, con el tiempo, me traumatizaría; pero nada más lejos de la realidad. Afortunadamente no me fue mal y, si bien es verdad que alguna vez añoré ese uniforme, creo que mi decisión fue la más acertada, soy de la opinión de que en cada momento, las personas, toman el camino que creen más adecuado valorando siempre el momento, el lugar y las circunstancias. La memoria, a veces, nos juega malas pasadas y nos quiere hacer creer todo lo contrario, que cometimos un error, pero no es así.

Como os decía anteriormente, el título de Reservista Voluntario Honorífico me ha producido una gran satisfacción, ha llegado en un momento de mi vida en el que creemos que ya se nos ha acabado todo, que nadie se acuerda de nosotros, que con nuestra edad es imposible que te den nada. Los hechos demuestran que no es así. Aunque algunos piensen que un título honorífico no sirve para nada, yo opino que una persona puede ser médico, abogado, ingeniero… Esos títulos se consiguen estudiando, aunque ese individuo sea indigno de tener dicha titulación. Pero cuando una institución concede un nombramiento honorífico es porque a esa persona tienen algo extraordinario que agradecerle, por eso es tan importante para cualquier ser humano que se le reconozcan honoríficamente sus servicios o méritos.
Medio siglo después (marzo 1959—marzo 2009), el Ejército se ha dignado nombrarme Reservista Voluntario Honorífico. Con este diploma, donde se especifica: “Por cuanto atendiendo a los servicios y circunstancias de D......” Entiendo que las Fuerzas Armadas Españolas me están diciendo: Gracias por venir al Ejército voluntariamente a servir a tu Patria. Gracias por todos los servicios que prestaste de suboficial con la paga de cabo 1º. Gracias por tu participación en las maniobras “Operación Naranja” y “Operación Dulcinea”. Gracias por haber pertenecido a una Compañía Expedicionaria en el Sáhara donde tantos servicios prestaste con tu emisora MKII como radiotelegrafista a lo largo y ancho de todo el desierto. Gracias por haber soportado con resignación la mala y escasa comida de entonces, las malas condiciones de trabajo, los sabañones que te salieron en las orejas y las manos esperando en la calle Princesa la llegada de Eisenhower. Gracias, en fin, por dar parte de lo mejor de tu vida al servicio y defensa de España.
Yo, también, por mi parte, nobleza obliga, debo agradecer al Ejército que me acogiera en sus filas, que me inculcara valores que me han acompañado durante toda mi vida como: la satisfacción del deber cumplido, el trabajo bien hecho, el amor a mi patria, la obediencia, la disciplina y el orden en todos los actos de mi vida…
Hoy, también tengo que agradecer este diploma que me llena de orgullo y satisfacción, lo exhibiré enmarcado en mi cuarto de trabajo y lo estaré viendo todos los días mientras Dios me dé vida.

 

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EMPLEOS MILITARES POR LOS  QUE HA PASADO EL TITULAR DE ESTA PÀGINA

ANTONIO COLOMINA RIQUELME

 

Antonio Colomina Riquelme como Cabo Primero Radiotelegrafista

 

Operador Radiotelegrafista del Regimiento de Transmisiones de El Pardo (Madrid)

 

 

Operador Teletipista del Regimiento de Transmisiones de El Pardo (Madrid)

 

 

 

Nombramiento de CABO PRIMERO DE INGENIEROS a favor de Antonio Colomina Riquelme

 

Rombos de solapa del Arma de Ingenieros

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